Las tapas de las alcantarillas se rebelan junto
al clima, pero no saben mantener la boca cerrada. No saben callar. Tampoco
dialogar. Del túnel brotan ideales radicales de acueducto, emanan torrentes que
empapan paraguas, que renuncian al rayado peatonal y perturban el límite entre
el canal rápido y el más rápido. El gremio no es poca cosa. Sus miembros son
dispersos y por lo general se les encuentra en grupos de dos o tres. Jamás mal
acompañados.
Huyen por la autopista en fila india o se
estorban el café a las seis de la mañana. Cómo les gusta pasear por el canal
contrario y distraerse en el borde de la acera. Algunas se divorcian de la
razón y se colocan sombreros puntiagudos para llamar la atención de, al menos,
dos ruedas. Otras son calvas y no se permiten descubrir sino hasta el último
instante. Dilatan su vida en un eterno grito afligido por la necesidad,
hostigadas por el apetito con antojo a caucho, tren delantero y demás objetos
igualmente oportunos.
Su noviazgo con el infortunio les mantiene
atados como un globo a la cerca de la casa. El helio reciclado es objeto de
tanta desdicha para la alcantarilla; sin embargo, ella sabe muy bien que le conviene. Aunque no está del todo convencida.
Se retomarán las investigaciones posteriormente
(sin tomar
cartas en el asunto).

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