(entre paréntesis)

La cínica oscilación de la llave a metro y medio de la alcantarilla. La cima desde donde el precipicio (en principio) es verosímil, mientras la espera se conforma con derramarse gota a gota sobre el mantel efervescente de alquitrán. Los espejismos son inconformes, pero no implorantes. No te permitiste recordarl el momento en cámara lenta. Sabes muy bien que eso sucede únicamente en las películas, en esas donde es fácil (¿y propicio?) caer en esquinas comunes, en espacios desgastados, y en baldosas mermadas por el repicar del tiempo.

El balanceo hipnótico no tuvo relación alguna con el papagayo que baila en medio del tirabuzón, no te engaña con cada intento precipitado de enredarse con su propio oxígeno, no te seduce al bajar en picada, intentar esquivar el pavimento, y terminar en su abrazo.

Cortejada por el desatino de tu interés, la cuerda que solía abrazar tu cuello se despidió con una mueca perezosa y una exclamación muda en los dientes. Dio un paso al vacío.

El paso que tú no pudiste dar.

El contrapaso que ignoró tu desfase al andar.

La gravedad no le dejó suspirar en medio de ese chillido minúsculo, en esa caída en patineta que toma velocidad por la avenida, y el aire, el frío, los ojos secos, la alcantarilla a tantos-kilómetros-por-hora, los ojos secos, el frío, el aire y las calles como bólidos de pavimento esquivando su caída libre...

(...)

Los raspones en las rodillas y el hormigueo en los codos te invitan a sospechar que todo ha terminado.

No sostengas la mirada; que aún no ha comenzado.
Respira profundo y pide otro tercio.