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(acerca de las huidas en falso)


Un amago no constituye una intención deliberada.



Una mentira premeditada busca embriagarse de necesidad,

busca la caducidad de su entorno,
y así regresar al sopor de la lejanía.


(acerca de las renuncias)



LA RENUNCIA  (Fragmento)


"He renunciado a ti. No era posible.
Fueron vapores de la fantasía;
son ficciones que a veces dan a lo inaccesible
una proximidad de lejanía.
poniendo encinta de la estrella...
hundí mis manos hacia ella
y supe que la estrella estaba arriba...

Yo me quedé mirando cómo el río se iba (...)"
                                     
                                      Andrés Eloy Blanco.













(la tristeza es inherente al poema).

(y aunque falte tal vez bastante)


Los dedos que escondías bajo la manga del suéter se despertaron,

y espabilándose con elocuente timidez entrelazaron mi sonrisa.


    Precisaba una llave, un abrazo penoso colgando rutinariamente de mi cuello
    para mantener el equilibrio entre el vaivén de tus dedos.


          Me arrellané en el desencuentro y recuperando el sentido en cámara lenta,
          fragüé el desvarío sólo para permanecer estático en el ojo del huracán.     



(acerca del romance con la almohada)


Se abren los ojos y no se logran descongestionar las intenciones de las pupilas. Los rincones rehúyen las miradas perdidas, les incomoda ser partícipes del desenfoque. La llave sigue en el suelo, el efecto  perecedero de su eco se destiñe con el paso del tiempo.




El edredón se acurruca en el suelo y comparte el sueño con la siesta que expiró hace semana y media. El colchón raspa la mejilla, la etiqueta y sus puntadas descolocadas. La costura interrumpe el sueño.



El sol no molesta aún. Da lo mismo.



Las alas del mosquito estorban el estado de rectificación y no se logra detallar una lógica con cabo y rabo. Se intenta borrar el tachón con un manotazo, pero el mosquito es hábil y sus cualidades evasivas evitan un inminente avasallamiento. A esta altura el marco científico pierde consistencia y se consigue una absoluta omisión existencial. El continuo desfase con el roce de cada sonido impide razonar. No se debe razonar.


Retorna el zumbido testarudo y ahora la hipótesis es una galleta de soda en el lavaplatos.

¿Hace frío? No se sabe. Se jala la cobija y los pies confirman que, efectivamente, hace frío. Los pies continúan reclamando, pero las muñecas exigen. En un intento de adecuar la proporción de la necesidad a las dimensiones de la cobija, se recogen las piernas y se cambia de lado. Pero la cobija se queja y estrangula inmediatamente. ¿Estrangula? 
Abraza. ¿Abraza? No se sabe. ¿Hay diferencia?


Pero sólo porque no hay ojos limpios para razonar.
De igual manera, sus pliegues se afanan en dejar un mapa en la piel.




El proceso se repite a lo largo de la noche, semana tras semana, y la llave sigue en el suelo. La claridad en los ojos se demora y la lección se aprende a las patadas. 
 
El reloj despertador es cómplice del olvido. Y no es conveniente, se sabe, pero el mínimo anuncio de su recuerdo es atiborrado por una continua negación de moralejas por memorizar.


Las moralejas que tampoco saben razonar.